EL QUE AVISA NO ES TRAIDOR: LA IMPORTANCIA DE CUMPLIR LAS PROMESAS
Puede que te pase como a mí me ocurría, que me pasaba media vida con la amenaza en la boca, cogiendo complejo de capo de la mafia. ¡Como no comas todo, ya verás! ¡Recoge eso si no quieres que me enfade! ¿y qué acabas consiguiendo con esas amenazas incumplidas? Que dejen de tomarte en serio y que no sólo no cumplan su función sino que te sumen frustración al ver cómo ignoran tus palabras y siguen a lo suyo mientras tú, esperas que ese huracán que se ha formado en tu interior desaparezca poco a poco. Pues bien, si este es tu caso, voy a contarte mi experiencia con las promesas cumplidas y te daré dos claves a tener en cuenta para que lo digas vaya a misa o por lo menos, llegue a sus cerebros sin perderse por el camino.
Fue un día largo, muy largo. Rober ya estaba cansado y revuelto con ganas no reconocidas de irse a dormir, pero como no asumía su cansancio quería llamar nuestra atención para jugar. Así que la mejor manera de entretenerse que se lo ocurrió a su mente agotada fue comenzar a golpear cosas, entre ellas, a mí, con la careta de Spiderman que llevaba puesta (le encanta disfrazarse y ese día tocó de Hombre araña). No es que me dolieran los golpes, pero sí eran molestos, y me ponía muy nerviosa que me diera en las piernas una y otra vez mientras yo cambiaba de pañal a su hermana. Le dije que no me golpeara más con la careta, le recordé que no me gusta jugar a pegar, pero no hizo caso y siguió con la diversión de fustigarme los gemelos con aquella máscara de tela roja, así que me agaché, le miré seriamente y le dije “si me vuelves a pegar con la máscara, te la tiro a la basura”. ¿Qué hizo él? Es fácil de adivinar. Me miró, vi en sus ojos un brillo de aventura, un regustillo de tentación, de placer por cruzar la línea prohibida y de orgullo por verse capaz de retarme, y muy lentamente, me volvió a pegar con la careta.
Sin teatros ni gritos, sin prisa ni mal humor, tranquilamente cogí la máscara y la tiré a la basura sin mediar más palabras que estas: te avisé que si me pegabas la tiraba a la basura, y yo cumplo lo que prometo.
El rato de lloros hubo que pasarle. Y en las siguientes dos horas tuve más peticiones de devolución que Hacienda en plena campaña, pero fui fuerte. No me volví atrás aunque se me encogía el corazón cuando me miraba con la cara bañada en lágrimas. A la mañana siguiente preguntó por la máscara, pensando que tal vez hubiera sido como otras veces, una amenaza incumplida, un farol. Pero esta vez no fue así, iba en serio, estaba en la basura, por lo que hubo que aguantar otro tirón de lloros y lamentos. Pasaron los días y volvió a preguntar en alguna ocasión, y la respuesta fue siempre la misma, con mucho cariño le recordaba “te avisé, yo cumplo lo que digo.”
Desde entonces, ha ocurrido un cambio notable. Nos reta menos, nos obedece más. Cuando le informo de la consecuencia que va a tener por hacer determinada cosa que no está bien, ya no he de repetirlo más veces como hacía antes. Pero por nuestra parte también ha sucedido un cambio: cumplimos lo que decimos, tanto para lo bueno como lo menos bueno, siempre. Por eso, si por ejemplo le prometimos que podía ver un capítulo de dibujos después de cenar, aunque se haya hecho un poco tarde, se lo dejamos ver, le dimos nuestra palabra.
Lo importante no es lo que se promete, sino lo que se cumple.
Para que tus palabras tengan más peso en sus pequeños oídos has de tener en cuenta dos detalles:
- Piensa bien lo que vas a decir y si no vas a cumplirlo, no lo digas. Por ejemplo, si se va a quedar en casa de los abuelos a dormir porque os vais de cena y empieza a hacer algo que no os gusta, no le digas que deje de hacer eso o se quedará sin ir a casa de sus abuelos. Sabes que aunque queme el sofá se va a quedar a dormir allí porque tienes unas ganas locas de irte a cenar sin niños. Mejor dile que eso que hace no está bien, que te sientes mal cuando lo hace o dale alguna alternativa para desviar su atención, dependiendo de la edad.
- Una vez que digas algo, cúmplelo, aunque luego te arrepientas. No hay marcha atrás. No puedes decirle que vais a ir al parque y decirle después que no porque te de pereza. Ni puedes decirle que debe recoger sus juguetes si quiere salir y recogerlos tú porque él no lo hace y quieres marcharte. Por eso no hay que amenazar a la ligera, sino ser conscientes de las normas que queremos que se cumplan, y hacer que se cumplan, por ellos y por nosotros. Es decir, si te da igual que salte en la cama hoy, te tiene que dar igual siempre, y no llegar un día con problemas en el trabajo, que te siente mal que está saltando en la cama y como al decirle que no salte no te hace caso (porque piensa que es algo permitido al hacerlo a menudo sin ninguna consecuencia) amenazarle con quitarle un privilegio, enfadarte o cualquier castigo que se te pase por la cabeza en ese momento de desahogo, con quien menos lo merece, seguramente. Decide las normas importantes y síguelas, independientemente del momento o del sentimiento en el que te encuentres.
Los niños aprenden por imitación, y si ven que tú eres coherente con las normas que teneis en casa y además cumples tus promesas, tendrás un gran camino ganado para ayudarle a convertirse en una persona responsable y comprometida. ¿Por qué rechazar esta oportunidad?
¿Me cuentas tu experiencia en este tema? Estaré encantada de leer tus comentarios, y recuerda que en la página principal de la web puedes descargarte GRATIS mi guía “Organiza tu Felicidad”
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